domingo, 1 de diciembre de 2019

PENSAMIENTO CRÍTICO Y DERECHO AL VOTO


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El adoptar una decisión no es baladí. El “tomar partido”, o decidir, por una opción política es consustancial al acto de pensar, o madurar, una respuesta (u otra) en función de unas posibles soluciones propuestas. Para ello es necesario, indefectiblemente, contrastar programas y sus posibles aplicaciones a futuro.

Consecuencias nefastas, fruto de una opción errónea, es el pan nuestro de cada día. ¿Tenemos la obligación de dar por bueno aquello que aconsejan, o juzgan, otros?... ¿Es suficiente la opinión de un “tertuliano” televisivo, de un vecino o de un hermano?

Para poder, libremente, votar es necesario meditar, pensar, contrastar, y, nuevamente, pensar y decidir. Fruto de esta reflexión ¿todo miembro de un electorado está realmente capacitado para poder ejercer el derecho (y/o el deber) a votar?


Una actitud crítica ante toda sociedad manifiestamente mejorable es inexcusable

¿Es antidemocrática la restricción legal a un votante ostensiblemente limitado? Todo límite define el campo de actuación. La definición visualiza nítidamente un pensamiento. Las sombras son necesarias para poder identificar plenamente la verdadera luz.

La visión de un mundo unidimensional, censurado y excluyente no permite adquirir una idea real del entorno. Si a todo ello, debida a una manifiesta incapacidad intelectual, no analizamos, contrastamos, filtramos y excluimos información claramente tóxica podemos llegar a inclinarnos por supuestas “brillantes” soluciones que, a la postre, nos arrojan a la más absoluta estafa democrática.

La duda, a través de la reflexión, nos conduce a una descarnada y estimulante crítica. El creer es patrimonio de almas puras y espíritus bellos, pero no nos brinda un mundo certero. La realidad se esconde en el pensamiento polifacético. La Verdad es una, pero las percepciones son infinitas. Toda realidad surge de una crítica previa y transcendente. El mundo de uno no es verdadero; ese mundo es ínfimo, encorsetado y discriminante. Por lo que, la Verdad, es universal, única y transparente.

Por todo ello, seamos “viajeros” de múltiples mundos, porque seguro que, alguno de ellos, es el verdadero. ¿Del resto?... ensoñaciones y autoregalos mentales fatuos. Lo falso vende porque existen los compradores del engaño.

La capacidad del buen votar es signo de responsabilidad, maduración y honestidad de uno mismo con la sociedad. El reconocimiento de una manifiesta incapacidad sería suficiente para no participar del fraude. Pero ¿quién reconoce que no está preparado para poder votar? Los partidos actuales se nutren, a sabiendas, de personas no aptas para poder ejercer el voto. Ciertamente, el propio sistema, promueve y potencia la farsa. Son votos “comprados” y, por tanto, asegurados. La persona limitada es títere inconsciente de una flagrante bufonada. Prueba de todo ello, las actuales democracias liberales imperantes no garantizan, paradójicamente, su continuidad por ser, todas ellas, cómplices de una estafa ominosa e insultante.

¿Se es antidemocrático por denunciar este artificio rampante? Lo más descorazonador de todo el entuerto es que los gobernantes han encontrado un filón para incorporar nuevos “esclavos” y paniaguados de un voto legal pero, premeditadamente, ilegítimo. Disminuidos psíquicos han adquirido recientemente el derecho a poder ejercer el voto. Y, ya es de sobras conocido como en un sinfín de residencias, a los votantes ancianos, los sobres ya les vienen cerrados de origen por las cuidadoras de turno.

La democracia se autoengaña abusando de discapacitados, incautos y melifluos. Ellos contentos y “divinos”. ¿El sistema? un puro teatro del absurdo. ¡Todos jodidos y los de siempre en el olimpo!


Santiago Peña

 
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