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La Historia es una, por lo que no pueden coexistir dos
historias y, menos, tres. Solo puede existir, ineludiblemente, una Historia. Las
“demás” son inventos interesados o
deformaciones de la misma. La Historia, per se, no se “inventa” (crearla ex profeso) ni se “destruye” (ni se oculta). El hecho histórico se relata, se
transcribe y, lo más objetivamente, se interpreta. En definitiva, la historia,
es un cúmulo de acontecimientos que, nos gusten (o no), sucedieron en un lugar concreto
geográfico y en un tiempo cronológico determinado.
Por lo que el hecho histórico nos brinda las inestimables
herramientas para poder prever (con más o menos fortuna) el futuro más
inmediato.
Si, en un afán revisionista (porque no gustan, a un
determinado grupo, los acontecimientos sucedidos), se procede a censurar o, en
el mejor los casos, a “maquillar”
(según algunos) “momentos oscuros” de
una historia, más o menos pretérita, se estará haciendo un flaco favor a las
generaciones venideras, por no recibir en condiciones de escrupulosa fiabilidad,
lo que se debería de transmitir sin un pero y sin un por. Nada que
añadir y nada que usurpar.
En cambio, nada que objetar de un revisionismo académico,
si se trata de considerar, o actualizar, con nuevos datos aportados para una
clara mejora de los sucesos vividos. Este tipo de reinterpretación, para nada
ideológica y totalmente aséptica, es encomiable y perfectamente justificable.
En el mundo de las “atractivas
imágenes” (como es el nuestro) es igual de doloso tergiversar escritos,
mutilar pinturas o destruir (en el mejor de los casos, esconder) esculturas de
personajes supuestamente nefandos para una parte de una ciudadanía,
supuestamente, ofendida. Es posible que no tanto para otros tantos de esa misma
comunidad.
Vivimos en unas sociedades con personajes (y
personajillos) con una epidermis híperfina. Siempre reclamando; siempre
denunciando (para sí). Pero, en nada, asumiendo y, muchos menos, reconociendo
(para los otros): “Mi historia es la
auténtica y la de los demás, ¡basura!”.
Una pseudohistoria descaradamente manipulada por el
prisma de la ideología es obscena y una auténtica tropelía. Es brutalidad en
sus despreciables “principios” y es
un sinsentido. Por todo ello se tiene que denunciar y jamás aceptar a pesar de
que, esa (no agradable) realidad histórica, pueda llegar a perjudicar la
opinión preconcebida que tengamos de un determinado acontecimiento histórico.
No hay que olvidar que la historia es tozuda y, tarde o
tempano, prevalecerá la verdad sobre la mentira.
Santiago Peña
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