domingo, 13 de septiembre de 2020

UNA TENUE BRISA DE MORALIDAD

 

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Toda PERSONA es un péndulo que  oscila de la bondad a la maldad y de la maldad a la bondad

 

 
Los “motores” de la inmoralidad son, invariablemente, los mismos: el complejo de inferioridad, el rencor, la frustración y, como “estrella destacada”, la envidia. No siempre es “quitar para poner”. Por lo que,  las revoluciones, desde la debilidad, son una perversidad, son un lamento y son un tremendo error.
 

Valores y Familia

Los Valores, así como la Familia, son los férreos pilares de una sociedad-civilización que se precie por próspera, social, consolidada, justa; de un mañana más equitativo, más humano y con una meridiana posición de permanencia, para este mundo y para los próximos. Por lo que no se debe de percibir incertidumbre en el presente. Lamentablemente, en éste nuestro, se transita sin valores, sin ética, sin familia, sin moral y, por ende, sin una límpida visión de continuidad.

Pero, ¡claro está!, en el hacer radica el (supuesto) Valor de uno mismo. Por lo que en la acción se haya el peligro, el fracaso pero, también, el éxito. ¡Ahí radica la miseria y la grandeza de la humanidad! Somos lo uno y lo otro. Es decir: somos grandes artífices del bien, como ignominiosos urdidores del mal. Por este principal motivo no podemos aniquilar al demonio sin  destruir al ángel, porque somos los dos en uno. Es preciso “cuidar” al ser celestial para, así, tener “dormido” al ser pérfido. La debilidad es el  signo del “maligno”, como, de igual manera, la fortaleza es la prueba de la “pureza de espíritu”.

Siempre; en todo momento, debemos ser conscientes de nuestras debilidades para, de esta manera, trabajar sin desmayo el ánimo de uno mismo. La solidez de uno le distingue de los otros; la vulnerabilidad de uno le iguala a los otros. La humanidad es una. Alcancemos la excelencia desde la elevación (del espíritu); desterremos la flaqueza y expulsaremos la insignificancia de uno mismo y, por proyección, la de los restantes acompañantes: camaradas de fatigas, de éxitos y de fracasos.

La sociedad (occidental) es “matrona” de homúnculos, sátiros y melifluos; de ecos y narcisos; de gañanes y, sobre todo, de corruptos. No obstante, desde la infesta podredumbre surge la fermentación y, de la misma, una nueva vida; un Nuevo Mundo; un Nuevo Albor.

 

Santiago Peña

 

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