domingo, 15 de noviembre de 2020

DIFERENCIAS INSALVABLES ENTRE CIENCIA Y FILOSOFÍA

 

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El Saber Científico (en todas sus ramificaciones), como hijo aventajado de la Filosofía, se ha erigido en el indiscutible paladín del cacareado “progreso” de la franca totalidad de la humanidad. Título concedido, auspiciado y potenciado, por el propio globalismo liberal (tanto de izquierdas como de derechas). Por lo que no caben otro tipo de Disciplinas Humanísticas o Saberes Tradicionales -¡Todo por la Ciencia!-

En virtud de ello el empeño de la actual ciencia oficial (cientifismo tecnológico) es dividir para así, según sus inamovibles postulados (análisis y síntesis), conseguir los resultados previstos. Por lo que, la definición de Ciencia, se debería de entender como “el conjunto de herramientas para la adquisición de conocimientos estructurados que estudia, investiga e interpreta, los fenómenos naturales, sociales y artificiales” (DRAE).

Por consiguiente, el progreso científico, es una fórmula, o apelativo, utilizado, con (machacona) insistencia, para remarcar, o recordar, el “axiomático” avance de los conocimientos científicos. De igual manera el progreso técnico depende, y así se entiende, del progreso científico.

Por tanto, nuestra percepción del progreso científico, viene precedido por la imagen mental de que la Ciencia (o el conjunto de ciencias particulares), como facultad, acrecienta de forma (prácticamente) imparable su oportunidad para solucionar problemas; salvando la aplicación de esmeradas, y específicas, metodologías que, de modo genérico, incluimos con el título de método científico. No obstante es probable que, la Ciencia, no evolucione ininterrumpidamente sino que, en algún momento inconcreto, alcance el final de la misma. En pocas palabras: según cada Ciencia “existe” un mundo diferente.

En cambio, la Filosofía, tiene por objeto el conocimiento, no de las partes, sino de la totalidad del universo. O, dicho de otra forma: el pensamiento filosófico surge como un intento de llegar, tras la multitud y abigarrada pluralidad de los “fenómenos”, a una última unidad, a una esencia, a un ser; transcendiendo en la profundidad de las cosas, a lo desconocido pero, también, a lo cotidiano y poniéndolo, todo él, en duda. Por lo que el conocimiento filosófico posee una clara, y meridiana, tendencia hacia la universalidad. En consecuencia: abarcando, sin distinción, todos los campos del saber. Es, por tanto, el Todo (indubitado) su único, y principal, objetivo.

La fragmentación (por mor de la Ciencia) del conocimiento, y del saber universal, es un inconveniente y es una grave penalización para el conjunto de la humanidad. Es, por ello, preciso que emerja un nuevo proceso de renovado dinamismo: más equitativo, más armónico y, como culminación, más humano. Al fin y al cabo: donde prevalezca el espíritu de la PERSONA; donde la Ciencia, y la Tecnología, estén al verdadero servicio del género humano y no al contrario.

Resumiendo: el pretendido “bienestar” (o el propagado, hasta el aburrimiento, Estado del Bienestar) no es dominio de materia, y no son elementos contables, para un supuesto Bien Común. Es algo más alejado de la horizontal tierra; es elevación de espíritu, es bienestar del Alma, es coherencia, es armonía con el entorno más inmediato, es proyecto común y es, en definitiva, Hermandad.

OTRO MUNDO ES POSIBLE

 Santiago Peña

 

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domingo, 13 de septiembre de 2020

UNA TENUE BRISA DE MORALIDAD

 

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Toda PERSONA es un péndulo que  oscila de la bondad a la maldad y de la maldad a la bondad

 

 
Los “motores” de la inmoralidad son, invariablemente, los mismos: el complejo de inferioridad, el rencor, la frustración y, como “estrella destacada”, la envidia. No siempre es “quitar para poner”. Por lo que,  las revoluciones, desde la debilidad, son una perversidad, son un lamento y son un tremendo error.
 

Valores y Familia

Los Valores, así como la Familia, son los férreos pilares de una sociedad-civilización que se precie por próspera, social, consolidada, justa; de un mañana más equitativo, más humano y con una meridiana posición de permanencia, para este mundo y para los próximos. Por lo que no se debe de percibir incertidumbre en el presente. Lamentablemente, en éste nuestro, se transita sin valores, sin ética, sin familia, sin moral y, por ende, sin una límpida visión de continuidad.

Pero, ¡claro está!, en el hacer radica el (supuesto) Valor de uno mismo. Por lo que en la acción se haya el peligro, el fracaso pero, también, el éxito. ¡Ahí radica la miseria y la grandeza de la humanidad! Somos lo uno y lo otro. Es decir: somos grandes artífices del bien, como ignominiosos urdidores del mal. Por este principal motivo no podemos aniquilar al demonio sin  destruir al ángel, porque somos los dos en uno. Es preciso “cuidar” al ser celestial para, así, tener “dormido” al ser pérfido. La debilidad es el  signo del “maligno”, como, de igual manera, la fortaleza es la prueba de la “pureza de espíritu”.

Siempre; en todo momento, debemos ser conscientes de nuestras debilidades para, de esta manera, trabajar sin desmayo el ánimo de uno mismo. La solidez de uno le distingue de los otros; la vulnerabilidad de uno le iguala a los otros. La humanidad es una. Alcancemos la excelencia desde la elevación (del espíritu); desterremos la flaqueza y expulsaremos la insignificancia de uno mismo y, por proyección, la de los restantes acompañantes: camaradas de fatigas, de éxitos y de fracasos.

La sociedad (occidental) es “matrona” de homúnculos, sátiros y melifluos; de ecos y narcisos; de gañanes y, sobre todo, de corruptos. No obstante, desde la infesta podredumbre surge la fermentación y, de la misma, una nueva vida; un Nuevo Mundo; un Nuevo Albor.

 

Santiago Peña

 

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martes, 21 de julio de 2020

EL REVISIONISMO HISTÓRICO: ¿UNA IDEOLOGÍA ABERRANTE Y DEFORMADORA?


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La Historia es una, por lo que no pueden coexistir dos historias y, menos, tres. Solo puede existir, ineludiblemente, una Historia. Las “demás” son inventos interesados o deformaciones de la misma. La Historia, per se, no se “inventa” (crearla ex profeso) ni se “destruye” (ni se oculta). El hecho histórico se relata, se transcribe y, lo más objetivamente, se interpreta. En definitiva, la historia, es un cúmulo de acontecimientos que, nos gusten (o no), sucedieron en un lugar concreto geográfico y en un tiempo cronológico determinado.

Por lo que el hecho histórico nos brinda las inestimables herramientas para poder prever (con más o menos fortuna) el futuro más inmediato.

Si, en un afán revisionista (porque no gustan, a un determinado grupo, los acontecimientos sucedidos), se procede a censurar o, en el mejor los casos, a “maquillar” (según algunos) “momentos oscuros” de una historia, más o menos pretérita, se estará haciendo un flaco favor a las generaciones venideras, por no recibir en condiciones de escrupulosa fiabilidad, lo que se debería de transmitir sin un pero y sin un por. Nada que añadir y nada que usurpar.

En cambio, nada que objetar de un revisionismo académico, si se trata de considerar, o actualizar, con nuevos datos aportados para una clara mejora de los sucesos vividos. Este tipo de reinterpretación, para nada ideológica y totalmente aséptica, es encomiable y perfectamente justificable.

En el mundo de las “atractivas imágenes” (como es el nuestro) es igual de doloso tergiversar escritos, mutilar pinturas o destruir (en el mejor de los casos, esconder) esculturas de personajes supuestamente nefandos para una parte de una ciudadanía, supuestamente, ofendida. Es posible que no tanto para otros tantos de esa misma comunidad.

Vivimos en unas sociedades con personajes (y personajillos) con una epidermis híperfina. Siempre reclamando; siempre denunciando (para sí). Pero, en nada, asumiendo y, muchos menos, reconociendo (para los otros): “Mi historia es la auténtica y la de los demás, ¡basura!”.

Una pseudohistoria descaradamente manipulada por el prisma de la ideología es obscena y una auténtica tropelía. Es brutalidad en sus despreciables “principios” y es un sinsentido. Por todo ello se tiene que denunciar y jamás aceptar a pesar de que, esa (no agradable) realidad histórica, pueda llegar a perjudicar la opinión preconcebida que tengamos de un determinado acontecimiento histórico.

No hay que olvidar que la historia es tozuda y, tarde o tempano, prevalecerá la verdad sobre la mentira.        


Santiago Peña


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