sábado, 19 de noviembre de 2022

CONCIENCIA Y PRESENCIA

 

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La conciencia como eje vertebrador del pensamiento

 
La conciencia es el resultado de la presencia del ser en el entorno. En consecuencia, como especie, somos seres existentes fruto de nuestra propia conciencia.
 
En cambio, una sociedad alienada (ese mismo conjunto de seres), no tiene conciencia de su propio existir. La realidad, a través de la misma naturaleza, reconoce a esa sociedad no consciente de su propia existencia; siendo, la misma, la que no reconoce a su propia naturaleza. Por esta razón, la inconsistencia de la presencia anómala de esa sociedad humana inconsciente altera, a una parte significativa de la misma, su propio estado mental.
 
 

La sociedad alienada no tiene conciencia de su propio existir

Por lo que es necesario contraponer, a esta tendencia “modernizadora”, una alternativa, presente en esta misma (confinada) sociedad, de una espiritualidad criminalmente velada pero no fenecida; que no puede prescindir de un elemento fundamental como es la denostada consciencia universal. Esa fuerza espiritual, única y transcendente; que emana de la misma naturaleza.

Por todo ello, no podemos renunciar a un origen común, mescolanza de vida (material) y espíritu. Aquella que da sentido a nuestra misma existencia; ayudándonos en una peregrinación comunal de destinos diferentes pero frecuentes; de vidas sufrientes pero con un objetivo común: perpetuar la especie humana, y si fuese posible, hasta el final de la mismísima vida. El tiempo corre y su consecuencia más preclara, como es la vida, se manifiesta: en invierno y en verano; de noche y de día. Por esta percepción la incuestionable unidad de la naturaleza y de la PERSONA debe ser considerada una premisa metafísica previa. Por lo que esta apreciación de carácter universal tiende a presentar una visión holística del universo, a la cual corresponde una gnosis y, así, un conocimiento superior. A consecuencia de todo ello, la multiplicidad deviene en la unicidad. Es decir: El universo, o multiverso (el conjunto de posibles infinitos universos), resultante es la convergencia de todo tipo de formas que conforman la unidad (o Uno). Por lo que, la suma infinita de formas es la resultante de una sola realidad y, por ende, de una única verdad.

 

 

La crisis espiritual de la PERSONA moderna

El vacío, ese vacío existencial, que se hereda de generación en generación es el trágico resultado de un mundo desacralizado y servil; quebradizo y pueril. De unos pueblos sin historia, sin nada en común, sin nada que celebrar y sin gloria, en fin.

 

 

De la modernidad líquida

 
La pérdida de arraigo como primerísima consecuencia de un globalismo inhumano, exterminador de conciencias y vil.
 
Es por ello que, “la búsqueda de la identidad es la tarea y la responsabilidad vital del sujeto, y esta empresa de construirse a sí mismo constituye al mismo tiempo la última fuente de arraigo” (Zygmunt Bauman). El género humano no ha de ser un «residuo humano», fruto de la propia modernidad. Es la modernidad líquida (la última ideología de una izquierda adormecida, abotargada y pusilánime), donde el postureo y los neologismos brillan como lentejuelas a mil.

 

 

Duda, escepticismo e incertidumbre

Tres principios, o manifestaciones, que marcan el devenir del tiempo presente: Ayer, no lo sé; hoy, es posible; mañana, imposible.

De todo se duda, el escepticismo todo lo baña y la incertidumbre nos impulsa a una inquebrantable sospecha. Es como decir que la certeza se ha extraviado y en nada confiamos. No hay orden y el caos ha devorado el cosmos. No hay armonía y el vacío todo lo aplasta. Dormitamos es una vigilia inhumana. Luces de neón ciegan el entendimiento de una especie camino de la perdición. Perdidos en ciénagas aparentemente asfaltadas. Fastos de libélulas pardas. De vómitos embellecidos de esbeltas guirnaldas. De guirnaldas caducas antes de salir de la caja. Cajas lustrosas envueltas en papel pinocho y con lazos color plata aromatizados de lavanda.

El hedor de la podredumbre es mitigado con fragancias, ya descritas, pero presentes todos los días, a la cinco de la mañana. Llega la noche y los convalecientes despiertan de una realidad insospechada. Velas quejosas no duermen: descansan.


Santiago Peña

 

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