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El sentir y el pensar
Todos los seres vivos, de una forma u otra, sienten: sienten estados de bienestar… y de malestar.
Empero, todo ser pensante,
es consciente de su propia existencia; es consciente de sus
alegrías y de sus penalidades; es consciente de sus angustias y zozobras y, es
consciente, de su futuro y de su imbatible final: ¡corta presencia; larga espera!
El mundo de los sentimientos y de las emociones
En “el mundo de los sentimientos
y de las emociones” -como es en el que estamos, en la actualidad más
inmediata, insertados- no es necesario el pensar; no se necesita asumir en que
consiste nuestra consciencia y… ¿qué es “eso”, de ser unos seres existentes?
En cambio, sí que nos tenemos -¡y así nos lo recuerdan la misma
sociedad y el propio sistema!- por ser “PERSONAS” con nobles sentimientos, ¡de
miras cortas y de emociones ligeras! Todo gira alrededor de una sociedad
(puramente) mercantilista (eminentemente) consumista, adormecida, engañada,
triste y enferma.
¡Qué tragedia y qué gran pena! En el fondo más lóbrego no deja de
ser un mundo de refulgentes luces efímeras; repleto de “fiesteros ibicencos”; henchidos de falsas promesas: solemnes truhanes
e inconsistentes talentosos; por “vendernos”
(contumazmente) verdades fragmentarias y etéreas.
Por todo ello: no es lo mismo sentir, que pensar; no es lo
mismo adquirir vivencias, que madurar experiencias…
El pensar requiere un esfuerzo que muchos no están dispuestos a
ejercitar. Unos, por falta de inteligencia; otros, por mor de una flojera
acomodaticia y estupenda.
El disfrute, sin el menor esfuerzo, es lo deseable: son “regalos” inmediatos y de corta duración.
No se necesitan recuerdos de la fugacidad. Y se demandan –insistentemente- nuevas
sensaciones para, así, olvidar -lo antes posible- a las anteriores.
Así, y de esta grosera manera, se “rellenan” fútiles vacíos, con más vacíos artificiales. Es sabido
que, a todo ello, no se puede vivir en la nada, pero, sí en un desierto inquebrantable.
¿Por qué se puede llegar a vivir en un erial permanente y no en la absoluta nada?
El vacío, que ocupa un espacio, ya es algo. En cambio, la nada, por definición,
no es posible.
En síntesis:
· Vivir –permanentemente- en el mundo de la materia, y sin ningún
tipo de alternativa inmaterial, es estéril, caduco y chapucero: nada aporta, ¡ni
el menor consuelo! Por lo que, ese vacío (persistentemente existente), genera una
indescriptible frustración; un “mono”
permanente de vacío existencial; pretendiéndolo suplir, vanamente, con más productos fútiles y de corta duración. Prueba de todo ello, se
entra en un bucle melancólico de difícil solución. La zombificación se
cronifica y la esquizofrenia universalizada se impone a toda una
civilización.
· En cambio, desde un idealismo sincero (y para nada utópico e
ingenuo), vivir armónicamente, e indistintamente, en el mundo inmaculado de la
pureza transcendente y en el de las (veraces) realidades materiales, tendría
que llegar a ser lo más natural, substantivo y razonable.
Por ello, es menester llegar a poder vivir en
un mundo más justo, más inteligente, más coherente, más de enriquecimiento
espiritual, más sólido (de valores) y, a fin de cuentas, más humano. Es la insigne
respuesta a tantas injusticias, brutalidades y desmanes.
No todo debería de ser beneficios contables, ni “robos” institucionales. Las sociedades prosperan:
- Cuando sus habitantes se renuevan cultural, técnica y humanamente.
- Cuando se asumen, con naturalidad, todo tipo de realidades evidentes.
- Cuando al vecino –renuente- no se le impone supuestas bondades.
- Cuando los beneficios (reales) se redistribuyen equitativamente.
- Cuando la usura y el expolio son expulsados indefinidamente.
- Cuando la verdad se impone ante una floreada miríada de falsedades.
- Cuando la ética y la moral son el santo y seña del día a día.
- Cuando se respetan culturas, historias y tradiciones.
- Cuando las PERSONAS están por encima de intereses espurios inconfesables.
Y cuando, en definitiva, las PERSONAS son la única, y exclusiva, base sustentadora de toda una sociedad.
Santiago Peña
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