sábado, 27 de abril de 2024

ACERCA DE LA CONSCIENCIA Y DE LA EXISTENCIA

 

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El sentir y el pensar

 

Todos los seres vivos, de una forma u otra, sienten: sienten estados de bienestar… y de malestar.

Empero, todo ser pensante, es consciente de su propia existencia; es consciente de sus alegrías y de sus penalidades; es consciente de sus angustias y zozobras y, es consciente, de su futuro y de su imbatible final: ¡corta presencia; larga espera!

 

El  mundo de los sentimientos y de las emociones

En “el mundo de los sentimientos y de las emociones” -como es en el que estamos, en la actualidad más inmediata, insertados- no es necesario el pensar; no se necesita asumir en que consiste nuestra consciencia y… ¿qué es “eso”, de ser unos seres existentes?

En cambio, sí que nos tenemos -¡y así nos lo recuerdan la misma sociedad y el propio sistema!- por ser “PERSONAS” con nobles sentimientos, ¡de miras cortas y de emociones ligeras! Todo gira alrededor de una sociedad (puramente) mercantilista (eminentemente) consumista, adormecida, engañada, triste y enferma.

¡Qué tragedia y qué gran pena! En el fondo más lóbrego no deja de ser un mundo de refulgentes luces efímeras; repleto de “fiesteros ibicencos”; henchidos de falsas promesas: solemnes truhanes e inconsistentes talentosos; por “vendernos” (contumazmente) verdades fragmentarias y etéreas.

Por todo ello: no es lo mismo sentir, que pensar; no es lo mismo adquirir vivencias, que madurar experiencias…

El pensar requiere un esfuerzo que muchos no están dispuestos a ejercitar. Unos, por falta de inteligencia; otros, por mor de una flojera acomodaticia y estupenda.

El disfrute, sin el menor esfuerzo, es lo deseable: son “regalos” inmediatos y de corta duración. No se necesitan recuerdos de la fugacidad. Y se demandan –insistentemente- nuevas sensaciones para, así, olvidar -lo antes posible- a las anteriores.

Así, y de esta grosera manera, se “rellenan” fútiles vacíos, con más vacíos artificiales. Es sabido que, a todo ello, no se puede vivir en la nada, pero, sí en un desierto inquebrantable. ¿Por qué se puede llegar a vivir en un erial permanente y no en la absoluta nada? El vacío, que ocupa un espacio, ya es algo. En cambio, la nada, por definición, no es posible.

En síntesis:

·    Vivir –permanentemente- en el mundo de la materia, y sin ningún tipo de alternativa inmaterial, es estéril, caduco y chapucero: nada aporta, ¡ni el menor consuelo! Por lo que, ese vacío (persistentemente existente), genera una indescriptible frustración; un “mono” permanente de vacío existencial; pretendiéndolo suplir, vanamente,  con más productos fútiles  y de corta duración. Prueba de todo ello, se entra en un bucle melancólico de difícil solución. La zombificación se cronifica y la esquizofrenia universalizada se impone a toda una civilización.

·   En cambio, desde un idealismo sincero (y para nada utópico e ingenuo), vivir armónicamente, e indistintamente, en el mundo inmaculado de la pureza transcendente y en el de las (veraces) realidades materiales, tendría que llegar a ser lo más natural, substantivo y razonable.

Por ello, es menester llegar a poder vivir en un mundo más justo, más inteligente, más coherente, más de enriquecimiento espiritual, más sólido (de valores) y, a fin de cuentas, más humano. Es la insigne respuesta a tantas injusticias, brutalidades y desmanes.

No todo debería de ser beneficios contables, ni “robos” institucionales. Las sociedades prosperan:    

  • Cuando sus habitantes se renuevan cultural, técnica y humanamente.
  • Cuando se asumen, con naturalidad, todo tipo de realidades evidentes.
  • Cuando al vecino –renuente- no se le impone supuestas bondades.
  • Cuando los beneficios (reales) se redistribuyen equitativamente.
  • Cuando la usura y el expolio son expulsados indefinidamente.
  • Cuando la verdad se impone ante una floreada miríada de falsedades.
  • Cuando la ética y la moral son el santo y seña del día a día.
  • Cuando se respetan culturas, historias y tradiciones.
  • Cuando las PERSONAS están por encima de intereses espurios inconfesables.

Y cuando, en definitiva, las PERSONAS son la única, y exclusiva, base sustentadora de toda una sociedad.

 

Santiago Peña

 

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